¿Todo lo que brilla es oro?
Las organizaciones están buscando respuestas rápidas a los cambios del mercado, mejorar la satisfacción del cliente y, sobre todo, maximizar el valor entregado. En este proceso, las acciones de mejora se convierten en pilares esenciales para ajustar procesos, comportamientos y estructuras de trabajo. Sin embargo, no siempre resulta evidente cómo dichas acciones de mejora se correlacionan directamente con el impacto en el valor que recibe el cliente o la organización.
En el contexto de una transformación, las instituciones se enfrentan al reto de alinear la cultura organizacional, la tecnología y los procesos de negocio en una sinergia que potencie los resultados. Este desafío se hace más complejo en organizaciones de mediano o gran tamaño, donde las estructuras jerárquicas, la resistencia al cambio y la diversidad de áreas funcionales pueden diluir el verdadero impacto de las acciones correctivas y de mejora continua.
Comprender la relevancia de la correlación entre las acciones de mejora y la generación de valor permite que los equipos se enfoquen en lo verdaderamente importante, priorizando y validando cada paso del proceso de transformación. Todas las empresas quieren mejorar, pero ¿cómo saber si lo que estamos haciendo realmente está generando valor?
¿Qué significa "Valor" en este contexto?
Cuando hablamos de "Impacto al valor", no solo nos referimos a los números en un Excel. Engloba todo el beneficio que percibe el cliente o la organización. Esto se ve reflejado, por ejemplo, en la entrega más rápida de funcionalidades, la mejora de la calidad del producto, el aumento de la lealtad del cliente, la rentabilidad, el crecimiento en participación de mercado, la reducción de costos operativos o la mayor capacidad de innovar.
El valor puede ser subjetivo (lo que el cliente siente) y objetivo (lo que vemos en las métricas). Puede ser a corto plazo (un proyecto que sale antes de lo esperado) o a largo plazo (una mejora en la reputación de la marca). Y, lo más importante, el valor no es lo mismo para todos. Los clientes, los empleados y los inversores tienen diferentes expectativas.
¿Qué hacemos para mejorar?
Las acciones de mejora incluyen cualquier intervención enfocada en optimizar un proceso, implementar nuevas practicas/herramientas o rediseñar flujos de trabajo. Hay un montón de cosas que podemos hacer para mejorar:
- Capacitar al equipo: Que sepan de practicas ágiles, gestión de producto, entre otras.
- Automatizar procesos: Adiós al trabajo manual, ¡hola a la IA!
- Medir todo: Desde la velocidad de entrega hasta la satisfacción del cliente.
- Crear una cultura ágil: Que todo el mundo se sienta cómodo proponiendo ideas y aprendiendo de los errores.
- Usar herramientas: Hay un montón de software que nos puede ayudar a medir y mejorar.
La pregunta del millón es: ¿cómo sabemos si todo esto que estamos haciendo realmente está funcionando? La respuesta es simple (aunque no siempre fácil): correlacionando las mejoras con el valor. Es decir, viendo qué tan relacionadas están las cosas que hacemos con los resultados que obtenemos.
La idea de correlación en este contexto se refiere a la relación estadística y/o causal que se puede establecer entre determinadas iniciativas de mejora y los resultados en términos de valor agregado para la organización o el cliente.
¿Cómo medimos todo esto?
Para establecer una fuerte correlación, se requiere, en primer lugar, definir métricas específicas y cuantificables. Posteriormente, se aplican técnicas analíticas (análisis de regresión, correlación de Pearson/Spearman, entre otros) que permitan aislar las variables de interés y medir el grado en que cada acción de mejora incide en un indicador de valor. Pero no te asustes, no necesitas ser un científico de datos para entender los resultados. Lo importante es que puedas ver claramente si lo que estás haciendo está generando un impacto positivo.
Un ejemplo práctico
Imaginemos el caso de una empresa de servicios financieros que se embarca en una transformación ágil. La organización implementa las siguientes acciones de mejora:
- Capacitación de equipos en agilidad: Se forma a los equipos en métodos y frameworks ágiles para que adopten prácticas como Daily Stand-ups, tableros de flujo de trabajo y retrospectivas periódicas.
- Automatización de procesos: Se introduce un software de automatización para el flujo de trabajo de solicitudes de crédito, reduciendo tiempos de espera y errores de carga manual.
- Recopilación de métricas de rendimiento: Se definen indicadores claros, como el tiempo promedio de procesamiento de solicitudes, la tasa de errores en la evaluación de riesgos y la satisfacción del cliente (NPS o CSAT).
Tras un trimestre de implementación, se realiza un análisis de correlación y regresión para determinar el impacto de cada iniciativa en el valor entregado al cliente. Los resultados podrían indicar, por ejemplo:
- La automatización de procesos está fuertemente correlacionada con la reducción del tiempo de procesamiento, lo que a su vez eleva la satisfacción del cliente.
- La capacitación en practicas ágiles se traduce en menor retrabajo (se ve reflejado en la tasa de errores en la evaluación de riesgos).
- El uso de métricas continuas potencia la mejora continua, permitiendo ver picos o caídas de rendimiento y ajustando las acciones de manera temprana.
De esta manera, se observa cómo las acciones de mejora específicas (capacitación, automatización y medición continua) se relacionan directamente con indicadores de valor (disminución de tiempos, aumento de satisfacción, mayor calidad).
En resumen
La clave para lograr un impacto tangible en las transformaciones organizacionales radica en la capacidad de correlacionar de manera efectiva las acciones de mejora con el valor obtenido. Esto comienza con la definición de indicadores claros, la implementación de herramientas analíticas, y el seguimiento constante de los resultados. La correlación adecuada permite priorizar acciones que verdaderamente impactan en la generación de valor, evitando esfuerzos que no aporten a la estrategia global de la organización.
En última instancia, la medición y correlación continua no solo brindan argumentos sólidos para la toma de decisiones, sino que refuerzan una cultura de aprendizaje y mejora permanentes. A partir de la evidencia, las organizaciones pueden reorientar los esfuerzos necesarios para maximizar el retorno de cada iniciativa y robustecer su propuesta de valor ante los clientes y el mercado.
Referencias:
- Kotter, J. (1996). Leading Change. Harvard Business Review Press.
- Marr, B. (2015). Key Performance Indicators (KPI): The 75 Measures Every Manager Needs to Know. Pearson FT Press.
- Denning, S. (2018). The Age of Agile. AMACOM.
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